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Acción poética semanal: Federico García Lorca


Hoy en nuestra acción poética semanal os traemos al gran Federico García Lorca, poeta granadino de la generación del 27 y que murió en los primeros compases de la Guerra Civil Española, concretamente, traemos uno de los poemas de su poemario (válgame la redundancia) «Poeta en Nueva York» en concreto traemos el poema Fábula y rueda de los tres amigos.


¿Por qué este poema en concreto? muy sencillo, el poemario está escrito entre los años 1929 y 1930, a caballo entre Nueva York y la Habana, en donde residió el poeta antes de regresar a España, y este poema es bastante revelador. Para aquellos que sigan la serie El Ministerio del tiempo, más exactamente, en el capítulo 8 de la primera temporada aparece nuestro mencionado poeta (ver capítulo aquí) cuando los protagonistas han de viajar al Madrid de los año 20 para solventar algunos asuntillos (tendréis que ver el capítulo para enteraros) Lo curioso es que se habla de este poema por lo siguiente: Parece que Lorca está vaticinando su propia muerte.


Lorca muere (como hemos dicho) en el año 1936, en los primeros compases de la guerra, Tanto es así que su obra póstuma «La casa de Bernarda Alba» no la llegó a ver nunca publicada (otra obra que nos daría para un interesantísimo análisis y que es materia de selectividad). A Lorca lo mataron al amanecer junto con otras dos personas, y fueron pasados por las armas, enterando su cuerpo no se sabe donde. Lo curioso es que en este poema Lorca nos lo cuenta «Ya no me encontraron.».


A día de hoy, no se sabe a ciencia cierta donde está enterrado el genial poeta y dramaturgo granadino, que nos ha legado una ingente cantidad de obras. Lorca, además, es un maestro de las imágenes poéticas y nos lo hace ver durante todo el poema, utilizando a los tres amigos (Emilio, Enrique y Lorenzo) quizás para hablarnos alguno de sus amigos y de él mismo (Oultándose bajo el nombre de Lorenzo = Lorca). Vale la pena releer el poema, pararse en su estructura y dejarnos guiar por ese cri cri de las margaritas de las que nos habla el poeta.

Enrique, Emilio, Lorenzo. Estaban los tres helados: Enrique por el mundo de las camas; Emilio por el mundo de los ojos y las heridas de las manos, Lorenzo por el mundo de las universidades sin tejados. Lorenzo, Emilio, Enrique. Estaban los tres quemados: Lorenzo por el mundo de las hojas y las bolas de billar; Emilio por el mundo de la sangre y los alfileres blancos; Enrique por el mundo de los muertos y los periódicos abandonados. Lorenzo, Emilio, Enrique. Estaban los tres enterrados: Lorenzo en un seno de Flora; Emilio en la yerta ginebra que se olvida en el vaso; Enrique en la hormiga, en el mar y en los ojos vacíos de los pájaros. Lorenzo, Emilio, Enrique, fueron los tres en mis manos tres montañas chinas, tres sombras de caballo, tres paisajes de nieve y una cabaña de azucenas por los palomares donde la luna se pone plana bajo el gallo. Uno y uno y uno. Estaban los tres momificados, con las moscas del invierno, con los tinteros que orina el perro y desprecia el vilano, con la brisa que hiela el corazón de todas las madres, por los blancos derribos de Júpiter donde meriendan muerte los borrachos. Tres y dos y uno. Los vi perderse llorando y cantando por un huevo de gallina, por la noche que enseñaba su esqueleto de tabaco, por mi dolor lleno de rostros y punzantes esquirlas de luna, por mi alegría de ruedas dentadas y látigos, por mi pecho turbado por las palomas, por mi muerte desierta con un solo paseante equivocado. Yo había matado la quinta luna y bebían agua por las fuentes los abanicos y los aplausos, Tibia leche encerrada de las recién paridas agitaba las rosas con un largo dolor blanco. Enrique, Emilio, Lorenzo. Diana es dura. pero a veces tiene los pechos nublados. Puede la piedra blanca latir con la sangre del ciervo y el ciervo puede soñar por los ojos de un caballo. Cuando se hundieron las formas puras bajo el cri cri de las margaritas, comprendí que me habían asesinado. Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias, abrieron los toneles y los armarios, destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro. Ya no me encontraron. ¿No me encontraron? No. No me encontraron. Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba, y que cl mar recordó ¡de pronto! los nombres de todos sus ahogados.

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