10 DIFERENCIAS (POCO OBVIAS) ENTRE UN DONOSTIARRA Y UN BILBAÍNO
La eterna disputa amistosa entre vecinos y rivales. Bilbao vs Donosti. Humor y verdades empíricas en 10 aspectos que nos diferencian a los dos.
1.
Ni el fútbol ni la Virgen de Begoña: la primera diferencia sustancial es el culto al kalimotxo de los bilbaínos. Los donostiarras lo dejan de beber habitualmente cuando pasaron de hacer litros en la plaza del museo San Telmo al 2×1 del Tas-Tas. Entre nosotros se considera una bebida de iniciados, de chavales. Además, mancha mucho. En Bilbao hay una insólita afición que no entiende de edades ni de condiciones sociales: los grifos de los bares de Pozas y del Casco Viejo llevan el kalimotxo de serie.
2.
La segunda básica son las rabas, que en Bilbao y alrededores suele ser un aperitivo muy socorrido. El 50% de los guipuzcoanos desconoce su significado y lo asocia automáticamente con la consecuencia de una ingesta excesiva de alcohol: echar la raba. Por otro lado, no hay una ración típica en Donostialdea, cada bar va por libre, y ya tienen bastante con explicar a los turistas extranjeros qué es eso de la cocina molecular en inglés. Además, según un rumor que circula entre los hosteleros, a los señores de negro que conceden estrellas Michelín no les gustan las rabas porque dicen que es un pescado demasiado “obvio”. Son más de gulas.
3.
El cucurucho de helado como sublimación del verano donostiarra, el atrezzo indispensable en las noches de Semana Grande. Es un caso realmente extraño, lo debemos reconocer. El clima es muy similar (es decir, malo) en ambos casos e incluso la humedad y, por lo tanto, la sensación de calor es superior en Bilbao. Fuentes autorizadas señalan que se debe a una decisión estratégica urdida en los tiempos de Odón Elorza: cuando vieron que Bilbao había diseñado un concepto de ciudad a partir del Guggenheim, se decidió contraatacar con una infalible estrategia de perfil bajo, un revolucionario modelo de ciudad basado en la implantación de heladerías ubicadas geoestratégicamente por todo el centro de la ciudad. A los óptimos resultados me remito: es un imán para los turistas americanos y mucho más barato que el laberinto de Richard Serra.
4.
Los donostiarras dimitimos más y mucho mejor. Donostia 2016 es el mejor ejemplo de ello, una lección de dignidad y profesionalidad. Pero hay otros casos menos conocidos. ¿Alguien en su sano juicio cree que Elorza perdió las elecciones municipales de 2011? Imposible. Las ganó de calle, pero en realidad decidió dimitir como claro gesto democrático. En un discurso censurado por Madrid, reveló un secreto a voces en Teledonosti sólo que, menos Mitxel Ezquiaga y dos becarios de la UPV que trabajaban con él, nadie lo vio: “Siempre he defendido que los cargos públicos deben limitarse en el tiempo. No son puestos vitalicios. Es hora de dar relevo a otras ideas, a gente nueva que también apueste por la ciudad, incluso si proceden de esferas ideológicas distintas a la mía”. El Diario Vasco debería reaccionar y abrir una página a 5 columnas con el titular “Agur, alkate”.
5.
Bilbao y Donostia lucen orgullosas sus esencias vascas y nacionalistas, pero cuando se trata de ir de vacaciones se esfuman las ideologías. Los bilbaínos ya se sabe que se españolizan todos los veranos desembarcando en masa en la costa occidental de Cantabria (epítome: Laredo) y que el donostiarra, a su vez, se afrancesa en Las Landas. Sólo están libres de pecado los vecinos de Getxo y Miraconcha que en invierno van a esquiar a Baqueira-Beret (Vall D´aran, Catalunya).
6.
Si el Athletic pierde en casa un partido contra el Rayo, al día siguiente decenas de bilbaínos salen con la camiseta del equipo a hacer footing por el paseo de la ría orgullosos de su equipo. Cuando se cruzan se saludan fraternalmente con un cálido “aupa Athletic”. En cambio, si la Real pierde contra el Rayo con idéntico resultado no verás a nadie con la camiseta puesta y mucho menos saludos cariñosos. Bueno, y si gana tampoco somos muy de decir “hola”.
7.
El Gran Bilbao vs Donostialdea. Aunque en ambos casos hablamos de comarcas, no corre la misma sangre sentimental. Los municipios dispuestos a lo largo del Nervión suelen mostrarse en el exterior como orgullosos embajadores de Bilbao, ciudad que aman muchas veces por encima de sus propias localidades. A su manera, también son bilbaínos. Ahora dile a uno de Hernani, Errenteria o Pasaia que se defina como donostiarra. O a uno de Astigarraga e Igeldo. Incluso muchos habitantes de los barrios del Antiguo y Altza van a Donosti el fin de semana. Debe ser que el derecho a decidir lo tenemos muy interiorizado.
8.
Aunque del Ebro para abajo siguen sin enterarse, el acento y la pronunciación (¿por qué muchos bilbaínos vascoparlantes no saben decir la “tz”?) varían muchísimo. Para empezar, ya se sabe que el donostiarra de pro se jacta de que no tiene acento, de que es tan neutro como el de Valladolid. No es cierto pero es que al lado del tono cantarín del vecino tiene motivos de peso para defender su teoría. Eso sí, ambos se parten de risa con Koldo, el personaje de Karra Elejalde de “8 apellidos vascos” porque imita el acento de un vasco de pueblo. Cómo nos gusta reírnos de los demás.
9.
Un sábado a las tres o cuatro de la mañana. Cuando cierran los bares, Donostia se echa a perder entre el Victoria, Etxekalte, Be-Bop… Ninguna opción es satisfactoria. Un bilbaíno medio no se cuestiona nada. Va directo al Antzoki (donde, por cierto, con la entrada te dan a elegir cerveza o Kalimotxo), un destino tan natural como San Mamés un domingo a las cinco de la tarde (o, últimamente, lunes a las 22 horas).
10.
El concepto de festival musical es muy significativo. Ideas a bote pronto asociadas al BBK Live: Glastonbury a la vasca, barro, rock, desmadre, camping, muchedumbre… Ideas con los que relacionaríamos el Jazzaldi en su vertiente playera o el Kutxa Kultur de Igeldo: vasos reciclados, orden, a las dos se acaban los conciertos, indie, bonito, limpio, soso…
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